El día que Oleg Tinkov nos mandó a hacer puñetas
Foto: Giro Italia
El periodismo ciclista implica pasar mucho tiempo en la carretera. Se puede el lector imaginar el saco de anécdotas, bromas, off the records, rumores que no se acaban haciendo noticia –o que lo son, pero no lo ‘amarras’ lo suficiente para poder sacarlo sin fallar y te lo ‘levanta’ otro- que quedan ahí, en esa mochila de recuerdos de lo que es una carrera ciclista. Estos días de confinamiento son buen momento para liberar algunos de ellos y compartirlos en Zikloland.
A nadie se le escapa que Oleg Tinkov es uno de los personajes más rompedores que ha pasado por el ciclismo, al menos, en la última década. Para lo bueno y para lo malo. Excéntrico como él solo, a veces tenía ideas que merecía la pena estudiar pero los centros de poder de este deporte desechaban porque venían del loco… y porque no les interesaba. Ostentoso, dado a exabruptos, divertido, cambiante. Y sobre todo, sin filtros. Pues ese hombre me mandó a freír espárragos –las palabras fueron otras- en la Vuelta a España 2016. A mí y a mi compañero Fran Reyes, con el que compartía coche y habitación habitualmente en las carreras.
Era, además, una etapa seria. Casi se diría que la reina. Con el inédito y precioso Col Inharpu, la Pierre Saint-Martin, el Marie Blanque y el mítico Aubisque por la vertiente de la estación de Gourette. La organización siempre ofrece un trazado alternativo, el más rápido hasta meta. Pero nosotros QUERÍAMOS ver ese puerto inédito del que se hablaban maravillas, luego evitaríamos Pierre Saint-Martin y engancharíamos en el Marie Blanque ya con ruta de carrera.
– Llegamos de sobra –convinimos los dos.

Con Contador en el podio de la Vuelta a España 2014. Foto: La Vuelta
La carretera del puerto era tan estrecha que si llega a venir un coche de frente igual todavía estábamos allí. Pendiente de doble dígito, rectas largas ganando altura rápido. Precioso. Ciclistas ‘everywhere’. A mitad de puerto, más o menos, nos ‘corta’ el paso un señor mayor, el pelo cano -¿melena?, probablemente- saliendo a mechones del casco, que llevamos delante. El tipo va sufriendo lo indecible, haciendo eses. Lleva una S-Works, y va vestido del TInkoff-Saxo. Nos mantenemos detrás, respetuosos con la distancia y sin intentar pasarlo porque va muy agónico. Hasta lo animamos con un “venga ahí”. Quedan tres kilómetros y pico a la cima.
Va con todo metido, pero es que es duro. Efectivamente es mayor y no está fino, pero tampoco especialmente gordo. Tal vez no es un cicloturista sino un auxiliar, algún miembro del staff, vamos conjeturando mientras seguimos detrás, arranca-para, arranca-para. En un momento dado, huele a quemado. Pero no un poco, no. Inconfundible olor a embrague consumiéndose. Yo ya no animo al señor mayor, sino que me acuerdo hasta del fundador del pueblo en que nació. En esas, Fran dice algo así como tío, ¿te imaginas que es Tinkov?
Le contesto que me da igual quién sea “el batracio ese”, pero que se quite ya o se baje, por Dios bendito, porque me veo empujando el coche en mitad del boquete en el que nos hemos metido, maldita mi estampa y las ganas de ver el Inharpu este que ya no me parece ni bonito. Poco antes del cartel de un kilómetro a cima, la pendiente se convierte en un falso llano y el ciclista se deja llevar, exhausto, antes de encarar ya la última rampa. Aprovecho que recupera el control de su bici fuera de la agonía y lo adelanto. Cuando pasamos a su lado… sí, era Oleg Tinkov y se había ‘cascado’ el puerto.
Tinkov animando a Contador en La Vuelta 2016:
– ¿Te das cuenta de que has llamado batracio a un magnate del ciclismo? –me pregunta Fran.
– Calla, que estoy que no sé dónde meterme. Y eso que no lo ha oído.
Y terminamos el episodio diciendo que olé ahí, los cojones del señor Tinkov. Porque, las cosas como son, más de uno se habría bajado yendo como iba y él no. Acabando de descender el puerto, un coche del Tinkoff-Saxo parado a la derecha nos da a entender que el patrón va a terminar su ruta allí. Nosotros seguimos la ruta prefijada y llegamos a Gourette al par de horas largas. Fran se baja mientras yo aparco y nos encontramos, ¿a quién? Sí, a Oleg Tinkov en una terraza. Ya vestido ‘de paisano’ y degustando unas patatas fritas con mayonesa. Mientras yo acabo de aparcar, Fran se acerca. La conversación no es textual del todo, pero casi:
– Mr. Tinkov, muy buenas –saludó mi compañero.
– Hola, muy buenas –su expresión era amable.
– Le hemos visto en el Col Inharpu. Era duro, ¿eh?
– Sí, sí. Hard –y le dijo algo así como que vale, hard, pero que lo había logrado subir entero. Y de eso éramos testigos.
– Ha sufrido usted bastante, ¿eh? Le hemos visto sufriendo.
Ahí llegaba yo después de haber aparcado y cogido los bártulos. El rostro de Tinkov ya no era tan amable. Se le cambió la cara y tiró a dar:
– ¿Lo habéis hecho en bici?
– ¿Qué?
– Que si lo habéis subido.
– No.
– First do, then talk. Now, go ‘fuck off’.
Desvió la mirada y siguió comiendo patatas, dando por cerrada la conversación. Para ese momento, Tinkov ya había anunciado que el equipo echaba el cierre, a disgusto con el poco caso que le había hecho la UCI a él y a sus aportaciones para mejorar –a su juicio- el ciclismo. Fue la primera y última vez que lo vi en persona. El asunto, concluimos, quedó en ‘tablas’:
– Yo lo he llamado batracio –dije-, y él nos ha mandado a tomar por saco.
– Una cosa por la otra, ¿no?
Nota de la redacción sobre batracio:
Real Academia Española: 1. adj. Zool. anfibio (‖ vertebrado) / anfibio, bia: 4. adj. Zool. Dicho de un vertebrado: De temperatura variable, acuático, que respira por branquias durante su primera edad y se hace aéreo y respira por pulmones en su estado adulto; p. ej., la salamandra o el sapo.
Victor Martín: Batracio: «Cuando alguien es muy malo en algo»
Contador responde: “Tinkov tiene dinero pero no sabe gestionar”