Una historia de Marcha y Gran Fondo

Titanica-3

Apreté con mis dos manos la taza de café con leche. Su fuerte calor devuelve a la vida mis manos frías. Ese oso siberiano, o como sea que han bautizado a ese frío polar proveniente del este en el telediario, hace que esta mañana haga mucho más fría de lo habitual, y sinceramente, me entran más ganas de volverme a la cama con mi esposa que de ponerme el culote y salir a la carretera.

Pero no. Debo ser disciplinado. Este año me he puesto como meta correr la Titánica (22 septiembre, Oropesa del Mar) y hay que prepararse bien, no hay otra opción. La Titánica (www.latitanica.com) es fija en mi programa de este año, y voy hacerlo bien, muy bien. El año pasado la corrí y me encantó. Fue toda una experiencia, y conseguí aguantarle al “Brasas” hasta casi al final del puerto del Collado. Jo, hubiese conseguido aguantar un poco más y este antiguo rey de la fiesta en la universidad, le hubiera dado “pal pelo” a todo un ex pro como el Brasas. Así lo hubiera tenido calladito al menos una temporadita, por muy difícil de creer que eso sea…

Además, este año la Titánica homenajea al equipo Kelme y seguro que alguno de sus antiguos corredores estará por allí. Sí, definitivamente este año la Titánica es fija y tengo que tomarme muy en serio la preparación, para este año poder por lo menos llegar junto a Paco y el “Podenco”, y por qué no, estar bien cerquita del Brasas.

la-titanica-marcha-2018

El cartel oficial.

Pero no puedo parar de pensar en ese Gran Fondo Costa de Almería, www.gfca.es, (26 de mayo, Mojácar) que leí recientemente en un artículo de Zikloland: ¡208 km y 4.000 metros de desnivel! Una marcha para gigantes titulaba ¡Y tanto!

Y sale de Mojácar. Mojácar, ese nombre que me trae tantos recuerdos de mi juventud, de mi niñez. Sin dudas Mojácar fue el centro de conversación de tantas y tantas comidas familiares desde que mi hermano mayor la descubrió a mediados de los ochenta. Pero uno de esos momentos en especial llega a mi mente. Sí, aquel día que ya parecía olvidado después de tantos y tantos años, de nuevo está aquí envolviendo mis pensamientos. Definitivamente no fue un día cualquiera.

¡Opa! El reloj de la cocina me indica que hay que darse prisa o voy a llegar muy tarde al punto de encuentro.

Un pequeño escalofrío recorre mi cuerpo cuando abro la puerta del garaje, dejando pasar el frío de la calle. Mi “burra” está linda como siempre, ayer la dejé impecable, y hoy voy a lucirla delante de los compañeros de grupeta. Otro día os hablaré de ella, porque hoy no consigo concentrarme en otra cosa. Una y otra vez me viene a la mente los recuerdos de mi hermano contándome sus batallitas después de su habitual viaje anual a Mojácar. Siempre me hablaba de sus playas, del ambiente bohemio que impregnaba el pueblo, de los paisajes lunares de sus alrededores, y especialmente del impacto visual que era encontrarse esos pueblecitos blancos incrustados en sus rocosas montañas.

Uf, el viento frío me da en la cara cuando empiezo a rodar. Aún no ha amanecido y las calles están desiertas. 208 km y 4.000 metros de desnivel, es una pasada. Cuando Paco nos mandó el artículo de Zikloland al grupo de whatsapp se armó el gran revuelo. Todos empezaron a comentar que era una locura, y el Brasas no tardó ni quince minutos y ya nos estaba escribiendo que se había inscrito. Él es un toro, puede con eso y mucho más. Pero, caramba, si le dejamos ir solo, nos va a estar contando sus batallitas en esa prueba los 365 días de año… y sus 365 noches. Además, dicen que el ambiente internacional será increíble, habrá un montón de belgas y seguro que va a tener infinidad de historia que contar. No puedo dejarlo ir sólo tengo que ir aunque sea a hacer el Medio Fondo, 120 km y 1.780 metros de desnivel, tampoco está mal y sería una perfecta preparación para la Titánica.

Y Mojácar, otra vez Mojácar en mi vida. Ese año cuando mi hermano regresó de sus vacaciones fue diferente. Dejó de contarme sobre sus empinadas calles y de esas maravillosas calas. Él sabía que ya había hablado de más y había aprendido la lección. Porque por la boca muere el pez y mi hermano la abrió demasiado en ese avión regresando de Caracas a Madrid, cuando embriagado de felicidad empezó a contarle a su compañero de asiento lo bien que lo había pasado en este viaje visitando Buenos Aires, Rio de Janeiro e Isla Margarita.

El hombre, ya de cierta edad, y de nombre Miguel, era un emigrante español que después de muchos años viviendo en Venezuela regresaba por primera vez a la madre patria. Estaba encantado de poder conversar con ese joven con aquel acento tan lejano para él en el tiempo y tan añorado durante todo el tiempo que vivió en Venezuela. Y mi hermano, siempre extrovertido, encontró el oyente adecuado para contarle todas las aventuras que había vivido esos días.

– ¿Y tu de que parte de España eres? Le preguntó Miguel.

– De Valencia. Bueno de un pueblo de Valencia

– ¡Hombre! ¡Yo también! ¿De qué pueblo eres?

– Contestó mi hermano seguro de que aquel ya casi anciano, no conocería siquiera ese nombre

– ¡En serio! ¡Qué casualidad! ¡Yo también!

– ¿Y quiénes son tus padres?

Vaya; ya veo a todos los de la grupeta reunidos donde siempre, y como es habitual el Brasas es el centro de atención de la conversación, debe estar diciendo que en Almería los belgas le van a traer el agua, seguro… Podenco me ha visto y me señala el reloj, estoy llegando tarde. ¿Sabes qué? Lo voy a hacer, voy a correr en Almería. No sé todavía si haré el Medio o el Gran Fondo, pero voy a correr en recuerdo a mi padre ya fallecido, y a lo que nos hizo reír desde aquel día.

Recuerdo que la paella estaba lista y fuimos toda la familia a sentarnos en nuestros lugares habituales cuando mi padre, que nunca fue mucho de querer conocer sobre nuestras actividades lúdicas, le preguntó a mi hermano con una sonrisa burlona ¿Qué tal las vacaciones por Mojácar?

Sí, definitivamente, el 26 de mayo correré esa prueba en memoria al día en el cual descubrí que mi hermano y sus amigos ese año decidieron adicionar una dosis mayor de aventura a sus vacaciones y decidieron, sin decirle nada a sus padres, hacer un circuito por Sudamérica en lugar de ir a su habitual Mojácar. El día que descubrí que mi padre de joven había planeado irse junto con su amigo Miguel a buscarse la vida en Venezuela, pero que desistió en el último minuto al ponerse enfermo mi abuelo. El día en que supe que gracias a esa enfermedad, hoy no tengo acento venezolano y me gusta el ciclismo en lugar del béisbol.

Estaré en Mojácar en honor al día en que mi hermano dejó de hablar de ese maravilloso pueblo en las comidas familiares… Al menos, voluntariamente, porque por una buena temporada fue foco de las bromas de mis tíos y hermanos:

– ¿Qué tal el clima por Mojácar, Manuel?

La Titánica 2018 abre su plazo de inscripciones

El Gran Fondo Costa de Almería, un fin de semana de fiesta