«La etapa decimocuarta»: Un viaje poliédrico hacia el ciclismo

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Hace unos días conversaba con una amistad, lectora empedernida y no especialmente amiga de las bicicletas, que me mostraba su cierta sorpresa por la cantidad de novedades editoriales que entroncaban con la temática ciclista. Su asombro venía a cuento por el volumen que yo tenía entre manos en ese momento, vinculado a este deporte. Era consciente, seguía, del poder de convocatoria de ese combo que conforman la celebración de la Feria del Libro de Madrid y, pocas semanas después, el inicio del Tour de Francia.

Pero aun así, dadas las tradicionales particularidades del mercado editorial español, muchos títulos nuevos y tiradas comedidas (en 2015, según datos de la Federación del Gremio de Editores de España, se publicaron 80.181 títulos con una tirada media de 2.810 ejemplares), no dejaba de extrañarle la vitalidad de propuestas que llegaban entre traducciones, debuts y demás. Nunca se refirió en nuestra conversación a la existencia de una “burbuja”, pero sí avaló la tesis de la moda.

Lo cierto es que la bibliografía vinculada al deporte del pedal tenía muchas cuentas pendientes, sobre todo yendo más allá de los manuales de teoría, técnica o alimentación. Vaya por delante un ejemplo, sangrante, sobre la escasez hasta no hace mucho de acercamientos editoriales sobre la Vuelta a España. El más reciente, de hecho, firmado por Lucy Fallon y por Adrian Bell, está gestado fuera de la Península.

En otras latitudes, como las británicas, las neerlandesas o las belgas, por citar tres ejemplos, la salud de la literatura ciclista es muy buena y viene de largo, alimentada por todo el patrimonio inmaterial de un deporte, permitanme la licencia y la opinión personal, que en muchas vertientes es maravilloso.

“El ciclismo origina bastante periodismo, y a veces incluso literatura”, escribe el neerlandés Tim Krabbé (Amsterdam, 1943) en uno de los títulos de más reciente aparición en el mercado estatal que, cosas de ese desfase de nuestro mercado, sin embargo originalmente vio la luz mediada la década de los años ochenta. Se trata de La etapa decimocuarta, el libro en cuestión que andaba leyendo e inspiró la reflexión que inicia este texto y que ha sido recientemente editado por Libros de Ruta con una sugerente portada ideada por Amagoia Requero y según la traducción de Isabel Pérez Van Kappel.

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La portada del libro.

Krabbé no es nuevo en las librerías españolas, pues hace unos años (y también con mucho desfase) ya se tradujo su interesante El ciclista (Los libros del lince, 2010; traducción de Marta Arguilé Bernal); pero en La etapa decimocuarta, que nace del periodismo y da el salto a la literatura, nos moveremos de una ficción con mucho vivido por el autor detrás a un ‘primera persona’ en el que profundizaremos en sus inquietudes, sus gustos, sus sorpresas, alguna que otra animadversión (como la mostrada hacia el ciclismo de pista), sus recelos, e incluso sus miedos.

Krabbé, practicante del ciclismo y embajador de Etxeondo, asiduo competidor en otros tiempos, nos propone un viaje poliédrico hacia el deporte del pedal donde se mezclan gentes ilustres y nombres anónimos, mitos montañosos con pequeños fetiches personales orográficos y algunas máximas inmutables que conectan con la esencia del ciclismo frente a impresiones interesantes y sin embargo muy personales. Sí, en cuestiones de bicis, más allá de ganancias marginales, sobrecargas de finales en cuesta o hammer series, muchos postulados están inventados desde hace décadas. Y para lo bueno, y también para lo malo, lo esencial no mutará.

De La etapa decimocuarta alumbrada en 1984 queda mucho, pero ésta española de 2017 ha crecido en artículos y en notas a final de capítulo. Hemos pasado de los 43 textos gestados con una extensión más o menos uniforme para un periódico en concreto a los 71 que presentan orígenes diversos y espacios más amplios. Algunas de sus impresiones han variado con la evolución de los años, como su sorpresa ochentera sobre el fenómeno de la globalización del ciclismo; pero otras, como su curiosa e interesante visión del dopaje (enriquece otro punto de vista, aunque esa visión no termine de ser compartida por el que esto escribe), se mantiene esencialmente más o menos igual.

“Buzzati, una persona ajena al ciclismo, asumió con naturalidad la única actitud que conviene tener frente al dopaje: encogerse de hombros”, llega a escribir en uno de sus primeros capítulos. Inmutables, por verdades universales, son sus reflexiones sobre el sprint, ya sea en grupo o ya sea entre dos; sobre esa nada anímica que es la pájara para el practicante del ciclismo, sobre el ritual y el peligro de la celebración de una victoria, sobre las caídas, sobre la suerte, sobre la depilación, sobre los amaños y los apaños, sobre el hecho cierto de que “existen tanto prescripciones alimentarias como supersticiones” dentro del pelotón, sobre la certeza de que se pueden boicotear las opciones ajenas cuando no se respetan las propias; incluso, yendo más allá, sobre que “en el pelotón, de hecho, funciona algo similar a una policía moral”.

En estas páginas Krabbé aporta interesantes máximas, es un buen generador de sentencias ilustres y muchos párrafos destilan la evidencia, ya palpada en El ciclista, de sus años y años de prácticas y andanzas competitivas. Quizá la más rotunda sea esa que señala: “Los niños, los borrachos y el Ventoux dicen la verdad”. Muy interesante resulta la consagración de una montaña modesta y poco mediática, el Col d’Uglas, mediante la que pone de manifiesto el hecho irrefutable de que todo ciclista tiene su sitio fetiche sin que éste necesariamente haya alumbrado grandes gestas en el campo del profesionalismo. Las razones del corazón, de los sentimientos, de las afinidades, son poderosas.

En La etapa decimocuarta hay muchos apuntes geográficos, con los Países Bajos y Francia al frente, y hasta aparece una subida a la que el autor bautiza por no saber su nombre real, de momento, como el Puerto de Hombre con Perro. Tanto detalle geográfico invita a la frecuente consulta de un atlas o un mapa de carreteras y, llegado el caso, incluso a la planificación viajera.

Pero entrelazados con esos pensamientos y esas vivencias personales también emergen nombres propios, algunos célebres, otros no tanto. Y con esos nombres, ilustres, modestos, muchas pinceladas de hechos y circunstancias no especialmente conocidos. Eso sucede con Jean Pierre Monseré y sus desgracias, o con Pino Cerami y sus constancias, con Ad Klerckx y sus constantes adversidades (narradas como para inspirar el guión de una película), con la fallida picardía de Eddy Beugels, con la iniciativa de un Steven Rooks capaz de costearse un viaje en los albores de su carrera vendiendo su coche, con la luz propia de Laurent Fignon, con el pulso de Eric Boyer y un Greg LeMond sobre el que, por cierto, se reflexiona del origen de la grafía de su apellido; con el británico Barry Hoban o por el brillante desparpajo de André Brulé para conocer en primera persona el tiempo con el que aventajaba a sus rivales ante la nula colaboración de los jueces de carrera. Estas son algunas de las identidades que aparecen, pero no son las únicas.

Algunas, que no apuntamos aquí, incluso sustentan subsidiariamente el porqué del título de este volumen. Pero por sus implicaciones emocionales, desde nuestro parecer, la más destacable es la parte  en la que habla de todo un excampeón mundial (1978) como Gerrie Knetemann. Y también aparece el belga Michel Pollentier, del que sorprenderá una teoría, otra de esas máximas universales del ciclismo, que le valió para ganar un Tour de Flandes (1980) y sobre cuyo estilo Krabbé bromea, o a lo mejor no: “Esa Voyager que se ha enviado con mensaje hasta los confines del universo debería haber llevado también una fotografía de Pollentier en bicicleta, como confesión a las demás civilizaciones de que aquí, en la Tierra, conocemos la fealdad”.

Pues sí, puede que esa sequía de años que ha azotado esta vertiente a pedales del mercado editorial español sea la principal culpable del gran momento que atraviesa la literatura deportiva especializada en ciclismo. Hay mucho tiempo perdido por recuperar. Y muchos títulos. Por supuesto, hay que felicitarse por su advenimiento. Y esperar que trascienda de la moda, del ‘trendic topic’ temático, y se manifieste realmente como un sector sólido de la misma forma que lo es en esas otras latitudes, y otras muchas, antes citadas.

Ya lo escribe Krabbé, aunque pensando en las bicis: “Eso de sobrevivir mientras los demás desfallecen es ya de por sí la sensación más bella que puede ofrecer el ciclismo”. En todo caso, este aluvión hace justicia con algunos títulos que debían haber visto la luz en castellano hace muchos años, ya sea por su calidad literaria, ya sea por su variedad temática, ya sea por otros muchos factores. Un libro puede gustar, desagradar o despertar sentimientos encontrados, y eso pasa con cualquier autor, con cualquier temática y con cualquier estilo. Al menos, y qué menos, que exista la opción de poder experimentar. Y elegir.

La etapa decimocuarta, que consta de 368 páginas, se vende a un precio de 21,90 euros y puede conseguirse a través de la tienda online de la editorial (www.librosderuta.com) o en librerías de todo el país.

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